Primera Ronda

Andrés Melón

El despertador estaba sonando a la misma hora que lo hacía todos los días. Medio dormido, contó hasta veintitrés y se incorporó, ya que hacía lo mismo todas las mañanas. Solo con verle no cabía duda de que Azul (tal era su nombre, y si alguna vez había tenido otro no lo usaba) era un hombre de costumbres. Con las piernas colgando del borde de la cama miró alrededor para comprobar que todo en su habitación seguía como lo había dejado. A lo largo de los años que había vivido allí nunca había cambiado nada de sitio mientras no miraba, pero conviene ser precavido. Una vez desperezado se preparó una jarra de café, de la que solo bebería unos sorbos, y abrió el periódico que le habían dejado la tarde anterior. No es que le interesase mucho lo que dijera, ya que venían a ser las mismas noticias de siempre, pero todas las mañanas leía ese periódico con su desayuno y hoy no iba a ser la excepción. Pasados ocho minutos, cinco titulares y cuatros sorbos se levantó de su silla y se dispuso a vestirse. Enseguida estaba mirándose al espejo y comprobando que todo estaba bien puesto: su traje negro, su corbata gris y el pequeño pin de una cadena de restaurantes que le habían regalado hacía setenta y una semanas. Una vez hubo hecho todo esto y algún ritual matutino más, Azul estaba listo para salir de casa. Lo que no sabía era que, una vez abriese la puerta, el día iba a cambiar completamente...

Miru Jaca

No fue hasta que había descendido tres escalones del primer tramo de escalera (jamás usaba el ascensor) que se percató de que algo no iba como debía. O como solía, que para el caso daba lo mismo.
El habitual y absoluto silencio imperante a aquellas horas de la mañana estaba siendo sustituido aquel día por un sonido tan leve como inconfundible: el llanto de un bebé. Se escuchaba lejano, y alguien con el oído menos fino no lo hubiera percibido, pero Azul sí lo hizo.
No quiso darle importancia. “Los bebés lloran”, se dijo. “No donde no hay bebés”, replicó de inmediato otra parte de sí mismo, la más inquieta.
No, no había bebés en ninguna de las casas vecinas. Nunca los había habido ni había visos de que fuera a haberlos. Tampoco había, no obstante, nada de extraordinario en lo que escuchaba. Se trataría de una visita o, por qué no, de unos nuevos inquilinos que se hubieran instalado la noche anterior. Eso había de ser, pese a que su retorcida intuición no se diera por satisfecha con aquella explicación.
Sumido en estos pensamientos había llegado hasta la puerta que daba a la calle, y fue al abrirla cuando se topó con la segunda irregularidad de la mañana: había empezado a llover.
Era cuanto menos inusual que el tiempo cambiase de escasamente nublado a lluvioso en lo que uno baja de un tercer piso a una planta baja, pero las excentricidades del clima cada vez le sorprendían menos. Ésta en concreto no alteró su tranquilidad de la misma forma que lo había hecho el llanto que todavía escuchaba, pero sí que modificó ligeramente sus planes: ahora tendría que recorrer el camino de vuelta para hacerse con un paraguas.
Conforme subía los peldaños hacia su casa, se percató de que el sonido que lo perturbaba se intensificaba. Trató de seguir ignorándolo, preguntándose si los padres de la criatura estarían haciendo lo mismo, y llegó de nuevo junto a su puerta.
Introdujo la llave en la cerradura y entró a por el dichoso paraguas, pero lo que encontró fue una sorpresa que le heló la sangre. No tuvo más que dar un paso dentro de su vestíbulo para darse cuenta: el inquietante llanto provenía del interior de su propia casa. Pero, ¿cómo era eso posible?

Daniel Osanz

Azul se dirigió con cautela hacia la fuente de los lloros, la sala de estar, pero mientras iba recorriendo el largo pasillo que le llevaba a su destino, se percató de que la casa no estaba como la había dejado al salir, ya que la puerta de acceso a la sala de estar se encontraba abierta.
Recorrió intrigado el tramo de pasillo que le faltaba y fue en el momento de atravesar la puerta cuando percibió una sombra deslizándose ágilmente hacia su habitación. Se armó con el paraguas creyéndose así más seguro y sin demora corrió hacia la habitación para descubir de una vez por todas lo que estaba ocurriendo en este día tan extraño. Al entrar en el dormitorio no pudo reprimir un grito de terror, pues la escena que presenció fue cuanto menos aterradora. Un fuerte relámpago iluminó súbitamente toda la sala al tiempo que se apagaban las luces de la casa, de fondo resonaba el rugir de la tormenta y a través la ventana, que se encontraba abierta de par en par, la lluvia invadía cada recoveco de la pequeña sala. Pero lo que más le impactó de la escena fue un pequeño bulto en la cama de donde procedían los sollozos que había estado escuchando desde que abandonó la casa.
Aprovechando la tenue luz que entraba por la ventana siguió inspeccionando la habitación para identificar algo más sospechoso, pero todo estaba como debiera, escepto la cama...
Azul se precipitó a asomarse por la ventana para ver si alguien había accedido a su casa a través de ella mas nada a excepción de una intensa lluvia pudo distinguir en el oscuro día, así que procedió a cerrar la dichosa ventana y ver lo que se esondía en su cama. Descubrió súbitamente la colcha de la cama y maldijo su suerte al encontrar un bebé llorando con una espeluznante marca en la frente, una marca que le resultaba familiar, una marca que había visto en el periódico de este mismo día...


David Melón

¡Este crío es un Rouge! exclamó Azul al ver al bebé. Tenía en la frente la inconfundible marca familiar del clan financiero Rouge: la forma de un puente, encima del ojo izquierdo. Había leído en el periódico que el día de antes había sido secuestrado el pequeño Víctor, futuro heredero de la Familia. ¿Cómo había ido a parar ahí?  ¿Por qué había sido llevado a su piso?
La criatura se puso a gritar de nuevo, con enfado.
Oh, no, no, no te pongas a llorar ahora. ¿Qué es lo que te pasa, tienes hambre? ¿No has desayunado?
Azul no se atrevía a tocar al bebe. No era solo que nunca antes había cuidado de un pequeño como Víctor (le parecían engañosos y complicados). Realmente, el problema era que probablemente había sido secuestrado. Por una parte, el crío vale una fortuna, razonó Azul. Cualquier cosa que le pase…la habremos liado. Por otra parte, alguien ha entrado en mi piso sin activar las alarmas y habiéndome dejado este “paquetito”. Y por otra parte… ¡Dios, este crio apesta!
Y es que Azul, como soltero que era, no tenía ni pañales ni biberones ni nada por el estilo es su piso. Lo primero será conseguir algo para el bebé. No lo quiero apestando mi piso. No podré ir al trabajo, eso es lo malo. Después, llamaré a sus padres.
Llevó a Víctor al cuarto de baño, y se puso a limpiar al niño como buenamente pudo. Como no tenía nada mejor que ponerle, improvisó un pañal con papel higiénico. Abrió la ventana del cuarto de baño para airearlo, y vio un relámpago lejano. Llevando al niño en brazos, se fue a la cocina para prepararle algo de comer al pequeño, y entonces oyó el trueno. Sorprendentemente fuerte, dada la distancia.
Entonces Azul se detuvo un instante a pensar. Podría llamar a los Rouge, y decirles que su hijo lo tengo yo. ¿Pero entonces que pasaría? ¿Creerían que soy el secuestrador?
Y entonces se le ocurrió una idea que lo aterrorizó. Si me hago pasar por secuestrador… ¿les pediría un rescate?
No tuvo que esperar. Alguien llamaba a su teléfono.


Bene

Durante el breve pero intenso momento de tiempo en el que Azul fue desde la cocina hasta el teléfono de la salita de estar se le pasaron por la cabeza múltiples opciones.  ¿Lo cojo? ¿No lo cojo? ¿Debería de llamar a la policía? Quizás esto sea una broma de mal gusto de algún amigo. No, no tengo amigos bromistas. ¿Estaré soñando? ¡Ay! No, duele. Está bien, está bien… Lo cojo.
-¿Si? ¿Quién es?
-Buenos días, ¿hablo con el señor Azul?
-Así es.
-Buenos días señor Azul, soy el señor Rojo.
-Eh… Buenos días señor Rojo, ¿en qué puedo ayudarle?
-Verá, me gustaría contratar un niñero, aunque se trata de una situación algo especial.
Un escalofrío recorrió la espalda de Azul y un sudor frío comenzó a adueñarse de todo su cuerpo. Se hizo el silencio, a excepción de la burlesca respiración que se dejaba escuchar al otro lado de la línea telefónica. Parecía que Azul trataba de articular alguna palabra, pero tras varios intentos se decidió a tragar saliva primero.
-¿Disculpe?
-Disculpo.
La idea de la broma volvió a surgir en la cabeza de Azul, y recorrió rápidamente todas las bromas que habían gastado todos sus conocidos a lo largo de toda su vida conocida. Ninguna.
Azul respiró hondo, aun podía tratarse de una equivocación. Una simple equivocación. ¡Pero si justo llaman cuando tengo un crío en mi casa!
-Lo lamento señor Rojo, pero ha debido de equivocarse, no…
-Tenga cuidado señor Azul –le cortó la burlesca voz surgida del teléfono –. No sabe usted con quien esta tratando.


RuVerMan

-Y ahora escucha con atención, no cuelgues, no llames la atención, no avises a los medios y mucho menos ni se te ocurra avisar a las autoridades. Como has podido ver, el pequeño Víctor se encuentra bajo tu poder, te preguntaras que hace allí, porque tú, pero tranquilo, todo a su debido tiempo, poco a poco iras encontrado las respuestas a todas tus preguntas.
-Pero...
-Shhh!! escucha!!
La grave voz del señor Rojo paralizó a Azul en su intento en vano de buscar alguna respuesta.
-Si has seguido tu rutina diaria abras leído que se trata de un secuestro, probablemente pensaras que se va a pedir una recompensa ya que su valor es incalculable o que se trate de un ajuste de cuentas, pero no es así.
El pequeño Rouge tiene algo mas valioso que su herencia. Víctor puede cambiar el rumbo de la historia, este niño puede cambiar el mundo tal y como lo conocemos si cae en las manos equivocadas. Es muy importante que entiendas esto.
En el cajón de la mesita donde esta apoyado el teléfono encontraras quien eres, pues a partir de este momento Azul ha dejado de existir, la vida tal y como la conocías jamas volverá a ser igual. Abre el cajón y comienza tu nueva vida, el mundo depende de ti y no tienes mucho tiempo.
-Pero... ¿quien eres?... ¿Hola?... ¿Señor Rojo?...
Azul no obtuvo respuesta alguna. Solo se podía escuchar la tormenta y los llantos del pequeño bebé asustado por los relámpagos que iluminaban brevemente la habitación.
-Esto tiene que ser una pesadilla, no me puede estar pasando esto.
Azul exhausto por la llamada que acababa de recibir se dispuso a abrir el cajón donde el siempre guardaba, alguna pila, relojes que ya no usaba, papeles sin valor alguno y demás cosas sin importancia. Su sorpresa fue mayor al ver lo que había en su interior.
Una nueva documentación con su nueva identidad, las llaves de un Chevrolet Camaro, un teléfono móvil, una nueve milímetros y unas instrucciones con sus próximos movimientos.

Antes de que Azul pudiera asimilar la situación un estruendo se escuchó en el rellano del edificio, alguien subía las escaleras a toda prisa.


Adri Jarne

Aunque no hubiese tenido buen oído, Azul podría haber escuchado perfectamente los pasos que provenían de la escalera. Sin todavía creerse lo que le estaba sucediendo, porque uno no descubre un bebé en su casa todos los días, cogió rápidamente la documentación del cajón con las instrucciones, el arma, las llaves del coche y el teléfono móvil. Cogió al bebé con la mano izquierda, mientras con la derecha llevaba el arma, esperando con todo su ser no tener que utilizarla y que en tal caso estuviese cargada.
  Azul se dirigió a la puerta y observó por la mirilla quién era capaz de armar semejante estruendo. Alguien con una gabardina y un sombrero ancho apareció en el rellano de las escaleras. Azul se sorprendió de ver que su gabardina no estaba mojada, puesto que fuera había una tormenta realmente grande.
  Una vez llego frente a la puerta de Azul, se detuvo y miró el número. Posteriormente llamó a la puerta. Azul se encontraba totalmente fuera de sí. ¿Quién llamaba a su puerta?¿Por qué todo esto le pasaba a él?¿No podía simplemente tener un día normal, con su rutina?. No se lo pensó dos veces y se alejó de la puerta. Al no obtener respuesta, el desconocido se puso a golpear la puerta. Seguramente en un abrir y cerrar de ojos la puerta estaría en el suelo, así que Azul reaccionó lo más rápido que pudo, salió por la ventana abierta del cuarto de baño guardándose la pistola, y se quedó en el Alféizar.
 Por suerte, era lo suficientemente ancho como para poder mantenerse en pie. Por desgracia, era lo suficientemente estrecho como para que al más mínimo error se precipitase al vacío, y eso es algo que con la molesta lluvia no ayudaba. Así pues, se armo de valor y trató de avanzar hasta la esquina del edificio, si llegaba, podría sentarse en el borde. Cuando apenas llevaba medio metro tropezó por primera vez. Callo de costado mirando hacia el borde, y agarró el bebé con todas sus fuerzas para que no se cayera al vacío.
  El desconocido tiró la puerta y entró en la casa. Por lo que podía oír Azul, estaba abriendo todo tipo de armarios y recorriéndose la casa. Tal vez buscaba a algo, o a alguien… Por suerte para Azul, no se dio cuenta de que la ventana estaba abierta, y abandonó el lugar antes de descubrirle.
  Al incorporarse, tropezó por segunda vez. Esta vez se quedo sentado pegado con la espalda a la pared. De nuevo agarró al bebé lo suficiente como para que no sucediera ninguna tragedia, pero cuando le miró, se dio cuenta de que un pequeño paquetito se había caído de las mantas que cubrían al bebé. Al caer al suelo no pareció romperse. Azul entró empapado en el cuarto de baño. Dejó el bebé y miró por la ventana. Justo en ese momento, el desconocido de la gabardina y el sombrero lo recogía del suelo. Azul vio como se montaba en un coche rojo antes de irse. En ese momento, se dio cuenta de que realmente no tenía ninguna garantía de a dónde iba a llegar con el bebé.

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