Con el blog ya algo más amueblado y con autores confirmando su asistencia (y otros que todavía están por llegar) ya va siendo hora de comenzar nuestro experimento. Así que, sin más preámbulos, comienza el Plan C
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El despertador estaba sonando a la misma hora que lo
hacía todos los días. Medio dormido, contó hasta veintitrés y se incorporó, ya
que hacía lo mismo todas las mañanas. Solo con verle no cabía duda de que Azul
(tal era su nombre, y si alguna vez había tenido otro no lo usaba) era un
hombre de costumbres. Con las piernas colgando del borde de la cama miró
alrededor para comprobar que todo en su habitación seguía como lo había dejado.
A lo largo de los años que había vivido allí nunca había cambiado nada de sitio
mientras no miraba, pero conviene ser precavido. Una vez desperezado se
preparó una jarra de café, de la que solo bebería unos sorbos, y abrió el
periódico que le habían dejado la tarde anterior. No es que le interesase mucho
lo que dijera, ya que venían a ser las mismas noticias de siempre, pero todas
las mañanas leía ese periódico con su desayuno y hoy no iba a ser la
excepción. Pasados ocho minutos, cinco titulares y cuatros sorbos se
levantó de su silla y se dispuso a vestirse. Enseguida estaba mirándose al espejo y comprobando que
todo estaba bien puesto: su traje negro, su corbata gris y el pequeño pin de
una cadena de restaurantes que le habían regalado hacía setenta y una semanas.
Una vez hubo hecho todo esto y algún ritual matutino más, Azul estaba listo
para salir de casa. Lo que no sabía era que, una vez abriese la puerta, el día
iba a cambiar completamente...