Llaves
del coche, documentos, su teléfono móvil, el teléfono que había aparecido
misteriosamente en su cajón, dinero y un paquete de cigarrillos fue la lista de
cosas que Azul recogió frenéticamente de su piso. Y por supuesto estaba Victor.
Tras correr escaleras abajo se abalanzó hacia la calle y se dio cuenta de que
se había vuelto a olvidar del paraguas.
-¡Demonios! Ahora no voy a volver a subir a por él. Tendré
que mojarme.
Tras mirar unos instantes la calle que recorría todos los
días, encontró un coche que no había visto nunca allí y que por la respuesta
que le dio a las llaves que llevaba, debía ser su nuevo vehículo.
Días
después, el sargento Calhoun de la policía se preguntaría qué hacía una pistola
nueve milímetros encima de la cama del piso destrozado del señor Azul. Nadie en
el bloque de pisos sabría qué contestarle a esa pregunta.
Azul llevaba unos minutos conduciendo cuando se dio cuenta
de la estupidez de su situación. Estaba huyendo de dios sabe quién, con un niño
que no era suyo y que cualquiera que hubiera leído los periódicos podría
reconocer (y que por cierto no paraba de llorar), en un coche probablemente
robado (¿alguien incluso se había tomado la molestia de instalarle una sillita
de bebés?). Para colmo era imposible que pasase desapercibido un deportivo de
color amarillo chillón que rugía como un millar de demonios cabreados (aunque
hay que admitir que esto posiblemente se debiera a las escasas dotes de
conducción de Azul que no había pasado de primera marcha en todo el trayecto).
Después de pasar por los
estados de miedo, confusión e ira, ya estaba listo para decidir qué hacer. Aparcó
en frente de una vieja tienda de jardinería en la que nunca había entrado
porque no le atraían esas cosas. El señor
Rojo le había dicho que Azul ya no existía, pero eso no tenía sentido ya que él
se seguía sintiendo Azul. Aunque esto ya era una razón para dudar de todo lo
que le había dicho, se acordó de que también tenía unas instrucciones que le
dirían qué hacer a continuación. Antes de poder ver qué había en el sobre, se sobresaltó
cuando una mujer golpeó la ventanilla de su coche. Lo único que se le ocurrió
decir a Azul fue:
-Yo te conozco…