Con cierto retraso, por el que pido disculpas (ni el tiempo ni la inspiración me han acompañado estos días), aquí va mi nueva aportación.
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Nuestro colorido protagonista despertó
y no percibió ningún color, sino oscuridad. No sabía dónde se
encontraba ni cómo había llegado hasta allí, solo que le costaba
un mundo moverse. Intentó hacer memoria y alcanzar los últimos
recuerdos de su mente, pero estos eran tan confusos que difícilmente
podría discernir si eran reales o parte de un sueño.
En cualquier caso, se dio cuenta de que
en ese instante solo había dos cosas que le preocupaban: su propia
situación, y aquel bebé. Se acordó de Luna. Sería una buena idea
llamarla, si es que le llegaban las fuerzas para alcanzar su teléfono
móvil... y si es que éste se encontraba en su sitio.
Hizo acopio de toda su voluntad para
estirar el brazo hacia su pierna derecha, al punto exacto donde
habitualmente se encontraría uno de los bolsillos de sus pantalones.
Y, en su interior, el ansiado aparato.
Pero no tocó aparato alguno. Ni
bolsillo. Ni pantalón. ¿Estaba desnudo? ¿Qué demonios le habían
hecho?
No, no se sentía desnudo. Intentó
concienciarse de sí mismo y, tras palparse brevemente el cuerpo,
intuyó que estaba enfundado en una especie de bata. Aún estaba
asumiéndolo cuando una intensa luz se encendió y le cegó la vista
y el poco entendimiento que conservaba. La confusión solo fue
ligeramente disipada por la voz que escuchó a continuación.
- Buenos días, señor García, me alegra verle consciente. - dijo una mujer a la que no alcanzaba a ver. - Avisaré al doctor.
Gracias Miru Jaca por continuar con la historia del Plan C. La siguiente parte la publicará Dani Osanz antes del Domingo que viene.
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