Durante el breve pero intenso momento de tiempo en el que Azul
fue desde la cocina hasta el teléfono de la salita de estar se le pasaron por
la cabeza múltiples opciones. ¿Lo cojo? ¿No lo cojo? ¿Debería de llamar a
la policía? Quizás esto sea una broma de mal gusto de algún amigo. No, no tengo
amigos bromistas. ¿Estaré soñando? ¡Ay! No, duele. Está bien, está bien… Lo
cojo.
-¿Si? ¿Quién es?
-Buenos días, ¿hablo con el señor Azul?
-Así es.
-Buenos días señor Azul, soy el señor Rojo.
-Eh… Buenos días señor Rojo, ¿en qué puedo ayudarle?
-Verá, me gustaría contratar un niñero, aunque se trata de
una situación algo especial.
Un escalofrío recorrió la espalda de Azul y un sudor frío
comenzó a adueñarse de todo su cuerpo. Se hizo el silencio, a excepción de la
burlesca respiración que se dejaba escuchar al otro lado de la línea
telefónica. Parecía que Azul trataba de articular alguna palabra, pero tras
varios intentos se decidió a tragar saliva primero.
-¿Disculpe?
-Disculpo.
La idea de la broma volvió a surgir en la cabeza de Azul, y
recorrió rápidamente todas las bromas que habían gastado todos sus conocidos a
lo largo de toda su vida conocida. Ninguna.
Azul respiró hondo, aun podía tratarse de una equivocación.
Una simple equivocación. ¡Pero si justo
llaman cuando tengo un crío en mi casa!
-Lo lamento señor Rojo, pero ha debido de equivocarse, no…
-Tenga cuidado señor Azul –le cortó la burlesca voz surgida
del teléfono –. No sabe usted con quien esta tratando.
Justo a tiempo, la entrega de David Benedicto. Ahora le toca el turno a nuestro corresponsal internacional Rubén Vergara Manzanas. Tienes que entregarlo antes del jueves que viene.
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