jueves, 3 de julio de 2014

Cap. 2: "Irregularidades"

Antes que nada, quiero agradecer que se me haya tenido en cuenta para participar en este proyecto que tan interesante pinta. Confío en estar a la altura y que lo pasemos todos muy bien. Dicho esto, aquí va mi primera contribución. Espero que os guste.



No fue hasta que había descendido tres escalones del primer tramo de escalera (jamás usaba el ascensor) que se percató de que algo no iba como debía. O como solía, que para el caso daba lo mismo.
El habitual y absoluto silencio imperante a aquellas horas de la mañana estaba siendo sustituido aquel día por un sonido tan leve como inconfundible: el llanto de un bebé. Se escuchaba lejano, y alguien con el oído menos fino no lo hubiera percibido, pero Azul sí lo hizo.
No quiso darle importancia. “Los bebés lloran”, se dijo. “No donde no hay bebés”, replicó de inmediato otra parte de sí mismo, la más inquieta.
No, no había bebés en ninguna de las casas vecinas. Nunca los había habido ni había visos de que fuera a haberlos. Tampoco había, no obstante, nada de extraordinario en lo que escuchaba. Se trataría de una visita o, por qué no, de unos nuevos inquilinos que se hubieran instalado la noche anterior. Eso había de ser, pese a que su retorcida intuición no se diera por satisfecha con aquella explicación.
Sumido en estos pensamientos había llegado hasta la puerta que daba a la calle, y fue al abrirla cuando se topó con la segunda irregularidad de la mañana: había empezado a llover.
Era cuanto menos inusual que el tiempo cambiase de escasamente nublado a lluvioso en lo que uno baja de un tercer piso a una planta baja, pero las excentricidades del clima cada vez le sorprendían menos. Ésta en concreto no alteró su tranquilidad de la misma forma que lo había hecho el llanto que todavía escuchaba, pero sí que modificó ligeramente sus planes: ahora tendría que recorrer el camino de vuelta para hacerse con un paraguas.
Conforme subía los peldaños hacia su casa, se percató de que el sonido que lo perturbaba se intensificaba. Trató de seguir ignorándolo, preguntándose si los padres de la criatura estarían haciendo lo mismo, y llegó de nuevo junto a su puerta.
Introdujo la llave en la cerradura y entró a por el dichoso paraguas, pero lo que encontró fue una sorpresa que le heló la sangre. No tuvo más que dar un paso dentro de su vestíbulo para darse cuenta: el inquietante llanto provenía del interior de su propia casa. Pero, ¿cómo era eso posible?

1 comentario:

  1. Me gusta mucho tu frase: "Nunca los había habido ni había visos de que fuera a haberlos."

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